viernes, 20 de abril de 2012

SOLA



Hoy siento un peso en el alma que no me permite levantar la cabeza. Hoy toda la fuerza de mi fracaso recae sobre mí como la más pesada de las cargas. Hoy, yo que tanto amo vivir, que tanto he vivido, que tanto he amado, hoy he descubierto que no soy amada, que estoy sola. Sola, con todo el peso de los amores pasados cargados sobre mis abatidos hombros. Sola, con las manos vacías, después que tanto han acariciado. Sola, con el llanto en los ojos, cansados, de tanta belleza como han contemplado. Sola, con el alma embargada por haberla ido dejando entre tantos amores olvidada.
Después de tantos años he descubierto que he vivido la mayoría de ellos engañando al amor. He creído amar hasta morir, vivir sólo para amar, considerado a quienes amaba como auténticos regalos de la vida. Pero hoy, he comprendido que vivía dentro de un complejo espejismo, enmascarando la realidad con lo soñado.
He vivido años y años enamorada del amor, soñando con el amor, amando más al amor que a lo amado. Dedicado toda una vida a explicar el poder del amor, y, hoy, cuando tanto he necesitado algo de todo ese amor, descubro incrédula que nada queda. Todo absolutamente todo, el tiempo se lo ha llevado.
Sin esperanza, sin amor, abatida, sólo puedo volver la cara para ocultar las lágrimas que mi dolorosa carga me arranca, para volver de nuevo a mirar a la vida cara a cara, pero esta vez, sin trampa. Sin amor pero sí con esperanza.

miércoles, 18 de abril de 2012

EL VALOR QUE ME FALTABA



Si alguien me lo hubiera preguntado, lo más seguro es que mi respuesta lo habría sumido en un estado al de vergüenza y confusión que seguramente jamás volvería a atreverse a dirigirme la palabra. Pero quiso la vida que la pregunta me la hiciera él.
El era un niño que ni tan siquiera conocía, uno de los muchos que jugaban en la plaza cada medio día, supongo que debía ser después de salir del colegio, y a los que, casi como una costumbre, yo miraba jugar cada día desde mi ventana.
Poco podía suponer que él también se percataba de mi presencia. No es que me escondiera, pero solía mirarlos a través de los visillos, mientras tomaba el primer, segundo o tercer café de la mañana, todo iba en función de la hora en que hubiera decidido poner el broche al día anterior.
La verdad es que sí que me había fijado en él, con más atención que en los otros, era porque me llamaba la atención que siempre estuviera sólo.
Aquella mañana, ni tan siquiera presté atención a los gritos de los niños. Tenía una cita de trabajo importante y me levanté, tomé café, me duché, vestí y maquillé sin dedicarles ni un solo pensamiento. Salí a la calle y miré el reloj. Tenía tiempo suficiente, por lo que decidí no ir en táxi, sino en metro. Atravesé la calle y entré en la plaza, al otro lado de ella, justo enfrente estaba la parada del metro, y la verdad, si no lo utilizaba con más frecuencia, era por pura pereza.
Con paso decidido, atravesé la plaza, sorteando los niños que jugaban unos en el suelo y otros corriendo y persiguiéndose.
Ya en el otro extremo y justo cuando miraba si venía algun coche antes de atravesar, detrás de mí, oí una vocecita que decía timidamente: “Hola”. Sorprendida me giré, y al no ver la cara de nadie miré hacia abajo, y… allí estaba él, el niño al que yo miraba cada mañana, segura de que él lo ignoraba, desde mi ventana.
Me cogió tan de improviso, que tartamudeé un  “Hola”, tímido y confuso. No tardé mucho en volver a ser yo misma, y encarándome hacia él le pregunté, intentando mantenerme distante, “¿Qué quieres?”. La respuesta aún me descolocó más. “Nada”. Ante mi mirada interrogante, que pronto se convirtió en asombrada, vi como los ojos del niño se convertían en los de un viejo, y sonriendo aviesamente, me dijo: “Yo, como tú no quiero nada ni a nadie, por eso juego solo, y tú me miras sola desde tu ventana” Iba a responderle con un despropósito, pero no me dio tiempo: “Sí, veo cada día cómo me miras, pero tú no ves como te miro, yo sé quien eres  pero tú no quieres saber quien soy”.
Me estaba fastidiando de veras el niño, cuado al fijarme más en él, vi que llevaba pendientes. Unos pendientes idénticos a los que me regalaron cuando todos creían que iba a hacer la comunión y yo me negara a ello. El niño era un niña, y esa niña era yo.
Se echó  reír, su carcajada era tan vieja como el mundo, rasposa y rota como la mía. Cerré los ojos por un instante, intentando recuperar mi cordura y pose. Cuando los abrí ya no estaba allí. La busqué entre los que por allí jugaban pero no la encontré.
Empecé a bajar las escaleras del metro pensando en qué tenía que dormir más, cuando alguien me susurró al oído…” ¿No te da pena seguir estando tan sola como lo estabas de pequeña?” Giré en redondo y a punto estuve de caer escaleras abajo, pero no había nadie…
Sí, me dije, estoy muy cansada, hoy le diré a Pedro que me voy a tomar un descans.. , la voz me volvió a susurrar…”Y… ¿Por qué no le dices la verdad?”.
Dudando ya de mi cordura, saqué mi reproductor de música y me coloque  los auriculares, dispuesta a no permitir más ingerencias en mi mente. Me coloqué el primero, y justo en el otro oído, alguien me susurró: “Hoy o nunca”.
Llegué al despacho de Pedro corriendo y asustada. Entré interrumpiendo, creo, una reunión, me lancé directamente en sus brazos y a gritos le dije. “Es cierto, te quiero”. Me separó con suavidad riendo, y ante mi estupor los que allí estaban corearon su respuesta: “Ya era hora de que al fin lo reconocieras”.
Cuando ya muy tarde regresé a mi casa no lo hice sola, y dejándole con la palabra en la boca, me dirigí a la ventana y descorrí los visillos mientras pensaba; (Por si acaso). Al darme la vuelta oí una risa lejana, feliz, como la de una niña… miré de nuevo a través de la ventana… y una figura menuda y desaliñada  me saludó mientras se alejaba…

viernes, 13 de abril de 2012

...FUERON DIAS DE VERANO



Hundí mis manos en tu pelo, empujándolo hacia atrás una y otra vez. Era consciente de que me mirabas como si quisieras memorizar cada uno de mis rasgos. Te dejé hacer. Mi mirada en cambio sabía ya muy bien que no debía entretenerse en lo que ya conocía, que debía ir más allá,como ausente y vacía, miraba a través de ti.
Susurrabas palabras a mi oído, que ni tan siquiera me molesté en intentar comprender. Ya las conocía. De cías que me amabas, que no entendías una vida que nos volvía a unir para separarnos de nuevo otra vez.
Oía tus protestas como si estuviera sumida en una especie de letargo, del cual no podía salir, no quería enfadarme con la vida, aún le estaba demasiado agradecida.
No era poco lo que había hecho por los dos. Después de los años vividos tan lejos y tan cercanos, al fin nos había puesto cara a cara, así sin más. Un día igual a los demás de principios de verano, al doblar una esquina tropezamos, tuviste que sujetarme para que no cayera, tal fue la fuerza del impacto, pero mayor fue nuestra sorpresa cuando al pedirnos mutuamente perdón nos miramos, primero asombrados, como amantes después.
Enmudecimos los dos, no podíamos creerlo, después de tanto tiempo de silencio, nos encontrábamos así, como por casualidad.
Sin pensarlo, nos lanzamos a una loca aventura de encuentros secretos, medias verdades escondidas, y otras medias sin decir. Todo con un solo fin, el de intentar reinventar lo que una vez inventamos.
Tú vivías allí, yo pasaba el verano por pura casualidad.
Decidimos no dejar de vernos ni uno sólo de los días en los que tuviéramos oportunidad. Cuando no la había la creábamos. A veces, cada uno con su familia, nos veíamos pasar. Ingenuamente creímos que nadie se apercibía de la forma en que se prendían nuestras miradas. Los que nos amaban entendían y callaban. Sabían muy bien lo que para cada uno éramos el otro. Con amor y respeto callaron, incluso cuando entendieron, antes que nosotros, que se aproximaba el final.
Allí estábamos intentando decirnos adios, de una manera particular, tú protestando y yo aceptando, tu quejando y yo llorando.
De pronto, lo entendí. Entendí tan claramente lo que nos estaba pasando que me eché a reír. Cuando me preguntaste cual era la causa de tanta alegría, mi respuesta fue clara: “¿Cómo puede ser que no lo hayamos comprendido antes?”. Asombrado y sin entender, habló por ti tu mirada, yo te contesté: “Somos extraordinarios ambos, afortunados a más no poder, a ¿cuántos conoces que puedan amar tanto a dos personas diferentes y a la vez?
Riendo nos besamos, unimos otra vez las manos, y poco a poco, con suavidad, dejando un hueco en el aire, nos separamos… El hueco se llenó de una voz desconocida que medio riendo decía… “Os espero aquí el próximo verano”. Volvimos a reír otra vez y así, con promesas no dichas, pero entendidas, nos separamos…una vez más.

jueves, 5 de abril de 2012

CUANTO AMOR PARA TAN POCO TIEMPO



Una sola mirada y todo un mundo de recuerdos cayeron sobre mí. Lo reconozco, no estaba preparada para el reencuentro. Llevaba años soñando con él, pero cuando al fin llegó el momento me deshice, me pudo el sentimiento.
Te diste cuenta enseguida, mis llorosos ojos hablaban mejor y más claro de lo que pudieran haberlo hecho mis labios. Temblaba de pies a cabeza. Me sentía como si flotara, no veía, no sentía, sólo existías tú.
Necesité de tu ayuda para poder sentarme. Cogiste mis manos y en silencio nos miramos y fue en  ese justo momento cuanto la realidad, la nuestra tan particular y única, me hizo volver al mundo.
Nunca sabré si fueron horas o minutos. Tampoco lo necesito. Sé que hicimos las cosas bien. Nos tomamos nuestro tiempo para resituarnos. Debíamos dejar primero que hablara nuestra mirada, que nuestros corazones se reconocieran, que los sentimientos, tanto tiempo escondidos, volvieran de nuevo a adueñarse uno a uno de los del otro.
Hubiera querido tener más grandes los ojos, mejor percepción en la mirada para poder captar todos los cambios que el tiempo y los años habían dejado caer sobre ti. Pero no podía, sólo era capaz de hundirme en tus ojos de color caramelo, más y más, como si quisiera llegar al fondo de tu alma. Por tu parte estabas haciendo lo mismo, y no puse trabas. Te dejé ahondar en mi interior hasta que tu ansia de saber cuánto había pasado por mí, se saciara.
Repito que ignoro cuánto tiempo paso, pero cuando nos dimos por satisfechos, llegó el deseado y a la vez temido momento del contacto. Nos abrazamos, y así, abrazados en silencio, nos mecimos acunando suavemente nuestros compartidos recuerdos.
De vez en cuando nos separábamos, pero tan sólo un instante, y sólo para volver a mirarnos. Nuestros cuerpos, mucho más sabios que nuestras mentes, se reconocieron al instante, se adaptaron el uno al otro, como antaño, sin ningún esfuerzo. Y así permanecimos ni se sabe cuánto.
Qué dulce fue el reconocimiento, el reencuentro, como si no hubiera pasado el tiempo. Decidimos  sin  palabras vivir tan sólo el instante, ya llegaría, a su tiempo, el horror del momento en que otra vez la vida nos empujara, separando de nuevo este amor nuestro, al que seguiríamos guardando como un tesoro, pero, de nuevo,  en silencio.