La
tengo entre mis manos, la acaricio suavemente, a fuerza de hacerlo y del mucho
tiempo que llevamos juntas, toda ella parece de nácar, y, es tan sólo, una
caracola normal y corriente, de las muchas que se pueden encontrar en cualquier
playa, cualquier día.
Pero
ésta es aquélla, la que encontraste tú y dejaste a mi cuidado, diciéndome que
si la conservaba, siempre me sentiría cerca de la mar, tan sólo acercándola a
mi oído.
Siempre
ha sido la primera pieza que ha entrado en mi maleta para marchar y la primera
que ha salido cuando llegaba a mi destino.
Con
ella al lado me he sentido fuerte, creyendo firmemente en tus palabras de que
al llevarla jamás me sentiría lejos de la mar.
Bonito
sueño que disfrazaba la realidad de aquella caracola. `
Para
mí, ella eras tú, y además de permitirme oír el rumor de las olas, cada vez que
lo deseaba, me hacía sentir que tus brazos aún me rodeaban, que el calor de tu
cuerpo aliviaba el frío de mis largas soledades, que el tacto algo rasposo de
su parte exterior, era el de tu mal recortada barba junto a mi mejilla, y si
ponía mucha atención te oía susurrar un tenue “te amo”, confundido entre las
olas.
Hoy,
cuando la he sacado de la maleta, he visto que tenía un agujero. Me he asustado
y la he llevado enseguida a mi oído.
Ya no
se oye, a través de ella, el rumor de la
mar, sólo el ruido de la soledad, de la oquedad, del vacío.
Me he
esforzado en buscar el sonido tenue de tu voz, pero tampoco, la caracola se ha
roto y el encanto con ella.
Ya
vuelvo a estar sola, si la miro, te recuerdo igual, pero ya no te siento, sé
que te amo y te seguiré amando siempre, pero que tú ya no me susurras nada, que
ni tan siquiera me buscas.
Las
lágrimas me queman en las mejillas, y mojan a mi compañera durante tantos años
de vida, las seco como puedo y mirando fijo al preciado objeto, asombrada me
pregunto ¿Cómo es posible que toda mi vida quepa en una pequeña, vieja, y ya
rota caracola?