Hundí
mis manos en tu pelo, empujándolo hacia atrás una y otra vez. Era consciente de
que me mirabas como si quisieras memorizar cada uno de mis rasgos. Te dejé
hacer. Mi mirada en cambio sabía ya muy bien que no debía entretenerse en lo
que ya conocía, que debía ir más allá,como ausente y vacía, miraba a través de ti.
Susurrabas
palabras a mi oído, que ni tan siquiera me molesté en intentar comprender. Ya
las conocía. De cías que me amabas, que no entendías una vida que nos volvía a
unir para separarnos de nuevo otra vez.
Oía tus
protestas como si estuviera sumida en una especie de letargo, del
cual no podía salir, no quería enfadarme con la vida, aún le estaba demasiado agradecida.
No era
poco lo que había hecho por los dos. Después de los años vividos tan lejos y
tan cercanos, al fin nos había puesto cara a cara, así sin más. Un día igual a
los demás de principios de verano, al doblar una esquina tropezamos, tuviste
que sujetarme para que no cayera, tal fue la fuerza del impacto, pero mayor fue
nuestra sorpresa cuando al pedirnos mutuamente perdón nos miramos, primero
asombrados, como amantes después.
Enmudecimos
los dos, no podíamos creerlo, después de tanto tiempo de silencio, nos
encontrábamos así, como por casualidad.
Sin
pensarlo, nos lanzamos a una loca aventura de encuentros secretos, medias
verdades escondidas, y otras medias sin decir. Todo con un solo fin, el de
intentar reinventar lo que una vez inventamos.
Tú
vivías allí, yo pasaba el verano por pura casualidad.
Decidimos
no dejar de vernos ni uno sólo de los días en los que tuviéramos oportunidad.
Cuando no la había la creábamos. A veces, cada uno con su familia, nos veíamos
pasar. Ingenuamente creímos que nadie se apercibía de la forma en
que se prendían nuestras miradas. Los que nos amaban entendían y callaban.
Sabían muy bien lo que para cada uno éramos el otro. Con amor y respeto
callaron, incluso cuando entendieron, antes que nosotros, que se aproximaba el final.
Allí
estábamos intentando decirnos adios, de una manera particular, tú protestando y
yo aceptando, tu quejando y yo llorando.
De
pronto, lo entendí. Entendí tan claramente lo que nos estaba pasando que me
eché a reír. Cuando me preguntaste cual era la causa de tanta alegría, mi
respuesta fue clara: “¿Cómo puede ser que no lo hayamos comprendido antes?”.
Asombrado y sin entender, habló por ti tu mirada, yo te contesté: “Somos
extraordinarios ambos, afortunados a más no poder, a ¿cuántos conoces que
puedan amar tanto a dos personas diferentes y a la vez?
Riendo
nos besamos, unimos otra vez las manos, y poco a poco, con suavidad, dejando un
hueco en el aire, nos separamos… El hueco se llenó de una voz desconocida que
medio riendo decía… “Os espero aquí el próximo verano”. Volvimos a reír otra
vez y así, con promesas no dichas, pero entendidas, nos separamos…una vez más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario