miércoles, 18 de abril de 2012

EL VALOR QUE ME FALTABA



Si alguien me lo hubiera preguntado, lo más seguro es que mi respuesta lo habría sumido en un estado al de vergüenza y confusión que seguramente jamás volvería a atreverse a dirigirme la palabra. Pero quiso la vida que la pregunta me la hiciera él.
El era un niño que ni tan siquiera conocía, uno de los muchos que jugaban en la plaza cada medio día, supongo que debía ser después de salir del colegio, y a los que, casi como una costumbre, yo miraba jugar cada día desde mi ventana.
Poco podía suponer que él también se percataba de mi presencia. No es que me escondiera, pero solía mirarlos a través de los visillos, mientras tomaba el primer, segundo o tercer café de la mañana, todo iba en función de la hora en que hubiera decidido poner el broche al día anterior.
La verdad es que sí que me había fijado en él, con más atención que en los otros, era porque me llamaba la atención que siempre estuviera sólo.
Aquella mañana, ni tan siquiera presté atención a los gritos de los niños. Tenía una cita de trabajo importante y me levanté, tomé café, me duché, vestí y maquillé sin dedicarles ni un solo pensamiento. Salí a la calle y miré el reloj. Tenía tiempo suficiente, por lo que decidí no ir en táxi, sino en metro. Atravesé la calle y entré en la plaza, al otro lado de ella, justo enfrente estaba la parada del metro, y la verdad, si no lo utilizaba con más frecuencia, era por pura pereza.
Con paso decidido, atravesé la plaza, sorteando los niños que jugaban unos en el suelo y otros corriendo y persiguiéndose.
Ya en el otro extremo y justo cuando miraba si venía algun coche antes de atravesar, detrás de mí, oí una vocecita que decía timidamente: “Hola”. Sorprendida me giré, y al no ver la cara de nadie miré hacia abajo, y… allí estaba él, el niño al que yo miraba cada mañana, segura de que él lo ignoraba, desde mi ventana.
Me cogió tan de improviso, que tartamudeé un  “Hola”, tímido y confuso. No tardé mucho en volver a ser yo misma, y encarándome hacia él le pregunté, intentando mantenerme distante, “¿Qué quieres?”. La respuesta aún me descolocó más. “Nada”. Ante mi mirada interrogante, que pronto se convirtió en asombrada, vi como los ojos del niño se convertían en los de un viejo, y sonriendo aviesamente, me dijo: “Yo, como tú no quiero nada ni a nadie, por eso juego solo, y tú me miras sola desde tu ventana” Iba a responderle con un despropósito, pero no me dio tiempo: “Sí, veo cada día cómo me miras, pero tú no ves como te miro, yo sé quien eres  pero tú no quieres saber quien soy”.
Me estaba fastidiando de veras el niño, cuado al fijarme más en él, vi que llevaba pendientes. Unos pendientes idénticos a los que me regalaron cuando todos creían que iba a hacer la comunión y yo me negara a ello. El niño era un niña, y esa niña era yo.
Se echó  reír, su carcajada era tan vieja como el mundo, rasposa y rota como la mía. Cerré los ojos por un instante, intentando recuperar mi cordura y pose. Cuando los abrí ya no estaba allí. La busqué entre los que por allí jugaban pero no la encontré.
Empecé a bajar las escaleras del metro pensando en qué tenía que dormir más, cuando alguien me susurró al oído…” ¿No te da pena seguir estando tan sola como lo estabas de pequeña?” Giré en redondo y a punto estuve de caer escaleras abajo, pero no había nadie…
Sí, me dije, estoy muy cansada, hoy le diré a Pedro que me voy a tomar un descans.. , la voz me volvió a susurrar…”Y… ¿Por qué no le dices la verdad?”.
Dudando ya de mi cordura, saqué mi reproductor de música y me coloque  los auriculares, dispuesta a no permitir más ingerencias en mi mente. Me coloqué el primero, y justo en el otro oído, alguien me susurró: “Hoy o nunca”.
Llegué al despacho de Pedro corriendo y asustada. Entré interrumpiendo, creo, una reunión, me lancé directamente en sus brazos y a gritos le dije. “Es cierto, te quiero”. Me separó con suavidad riendo, y ante mi estupor los que allí estaban corearon su respuesta: “Ya era hora de que al fin lo reconocieras”.
Cuando ya muy tarde regresé a mi casa no lo hice sola, y dejándole con la palabra en la boca, me dirigí a la ventana y descorrí los visillos mientras pensaba; (Por si acaso). Al darme la vuelta oí una risa lejana, feliz, como la de una niña… miré de nuevo a través de la ventana… y una figura menuda y desaliñada  me saludó mientras se alejaba…

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