lunes, 28 de mayo de 2012

ADIOS



Adiós a las alegres carcajadas, a las miradas llenas de ilusión, a la ternura compartida, a tantas y tantas horas de amor.
No me di cuenta de que te ibas, lo hiciste sin decir adiós. No tuve tiempo a sentir que te tenía,  cuando al buscarte ya sólo encontré el vacío. No sé del todo cierto  el por qué de tu marcha,  aunque creo que quizá sólo fue miedo de dejarme formar parte de tus más íntimos sentimientos.
Tu silenciosa marcha me obliga a reconocer la peor y mayor equivocación que podemos cometer cuando amamos. El miedo a amar y ser amados.
Pensamos que al entregarnos vamos a perder lo mejor que tenemos, que nuestros suspiros ya no serán sólo nuestros. Nuestras vidas pasarán a formar parte de los sueños escondidos de alguien a quien aún no conocemos, y que, si bien deseamos conocer, tenemos miedo de que, al hacerlo, podamos entregar algo irrecuperable de nuestra esencia, cuando en realidad es ese el único objeto de amar. Ser dos pero formando un sentimiento compartido para convertirlo en único.
Nos dejamos poseer de la irracional locura de creer que si dejamos que el amor reine perderemos algo de nuestra esencia, que unos labios ajenos llevarán en los suyos, quien sabe hacia dónde, lo que en realidad somos. Formando parte inseparable de otra vida,  y el miedo no deja que nos entreguemos sin nada que reservar.
Más tarde, cuando paramos un momento en nuestra huida, comprendemos tardíamente, que éste sólo conduce a soledades, pero somos tan torpes, obtusos y egoístas que dejamos que sea de nuevo el miedo el que nos imponga nuestra forma de actuar.
El orgullo nos ciega y sólo de pensar que si volvemos de nuevo a buscar lo que dejamos atrás y que puede que ya no esté,  continuamos solos otra vez, y, es en esa soledad cuando comprendemos que todo lo que hemos negado no lo ha sido a otra persona, sino a nosotros mismos. Nos encontramos con las manos llenas de todo el amor que no supimos regalar.          
Entonces es cuando empieza nuestro vagar, penando por la falta de amor y sólo el día en que somos muy valientes nos atrevemos a preguntar: ¿No hubiera sido mejor que entre los dos formáramos uno, llenando nuestros silencios, ocupando tantos vacíos y esta amarga soledad?
Pero la cobardía, enemiga poderosa en el amor, puede otra vez más y dando la espalda empezamos de nuevo a caminar, pero esta vez ya sin pensar ni mirar atrás.

viernes, 25 de mayo de 2012

BUSCANDO EL LUGAR...




Todos, absolutamente todos y el que diga que no miente, tenemos un lugar imaginario al que nos trasladamos mentalmente cuando  sentimos que ya no podemos más, que el descanso nos es del todo necesario.
 No iba a ser yo menos, también tengo el mío. Si así lo deseáis entrad y os lo enseño.
Cuando me pesa el alma del cansancio  con el que el día a día la va llenando, cierro los ojos, respiro a fondo y me voy…
Lo que primero llega a mis sentidos es el olor. Ese intenso, olor a salitre, a mar, lo que ya me dice que estoy muy cerca del soñado lugar. Después veo  un color. El azul concretamente, el azul de mi cielo mediterráneo, del cielo bajo el que nací, pero sólo un trozo, como si algo me lo ocultara en parte.
Luego llega  una brisa suave, con regusto a sal  que agita ligeramente unas finas y transparentes cortinas de un blanco inmaculado.
Sigo mirando, pero aún no sé dónde estoy. Veo las puertas entreabiertas de un balcón de madera, esas puertas mitad madera, mitad cristales en la parte de arriba.
Son cuadrados y no muy grandes, separados por fino, Las puertas de ese balcón tienen porticones, con pestillo,  para cerrarlos en las noches en que el mar anda de fiesta y enfría con sus remolinos el ambiente. Tanto las puertas del balcón como los porticotes están pintados de color castaño, agradable, sólido y sobre todo muy cálido.
Lo siguiente que veo es el suelo, son baldosas rojizas, antiguas, algunas desportilladas. Veo un buen trecho de ellas.
Camino dando la espalda al balcón, pero tengo la visión del trozo de cielo vívida en mi mente.
Tropiezo con una cama. Una cama antigua, vieja, tapada con colcha de ganchillo, mullida, que invita al descanso.
No lo pienso dos veces y me estiro sobre ella. Casi quedo sepultada. Dominada ya por la pereza, me giro hacia el balcón… y, ¡Ah Qué maravilla!, ahora lo veo todo.
La baranda del balcón es de hierro, sencilla, recta, con barrotes delgados, separados entre sí  y una baranda para apoyarse algo más ancha, pero no demasiado. Los barrotes me dejan ver lo que hay bajo ese maravilloso cielo mediterráneo.
El mar, ese mar quieto y suave, que pocas veces se enoja, y que viene y va dejando un rastro de espuma blanca sobre la arena. Por los colores del mar y el cielo deben ser, aproximadamente entre las cinco y las seis de la tarde.
La habitación está a la temperatura ideal, el calor queda fuera. La playa está desierta y puedo contemplar el mar hasta cansarme,
Noto que alguien me cubre con una suave sábana, me acomodo mejor.
Sigo mirando el mar, aspiro su aroma, oigo el rumor de sus olas, y poco a poco dejo que mis ojos vayan cerrándose, pero mantengo firmemente grabada en mi mente la imagen creada por ella con el
único deseo de serenar mi espíritu…
Y, aunque os parezca mentira, así sucede, es entonces, cuando me renuevo y me siento capaz de volver a amar y ser amada. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

SIN HACER RUIDO







Estoy agotada, son las tres de la madrugada. He dado tantas vueltas en la cama que sudada, desesperada y agobiada decido levantarme. Ellos, todos, siguen durmiendo.

Me voy a la cocina sin hacer ruido. A través de su ventana veo deprimentes tejados y antenas deformes. Alargo la mano hacia el paquete de tabaco. ¡Mierda! sólo hay tres cigarrillos. Corto uno por la mitad, lo enciendo con los fósforos de la cocina.
Siento el estómago revuelto, como si no hubiera digerido bien la cena, me aparto el pelo de la cara y descubro que está mojada, estoy llorando, en silencio, sin hacer ruido.

Sin hacer ruido… así ha sido mi vida, una sucesión de hechos estúpìdos, amargos, dolorosos, permitidos con mi silencioso consentimiento.

La vida, mi vida, ha pasado, así, sin más. Nunca pensé que podría haber sido diferente. Siempre he bailado al son que ellos tocaban. Jamás me he rebelado, he permitido que ellos me llevaran de aquí para allá a su antojo.

Ellos. ¡La familia! Mi familia. ¡Qué ironía! Ahora que todo está a punto de derrumbarse, dicen que la familia debe permanecer unida. No sé para qué. Me lo explicaron `pero no presté atención, sólo pregunté que era lo que querían que hiciera, me lo dijeron, pero no me acuerdo. Ya no los escucho.
Lo poco que queda del medio cigarro me quema los labios. Doy una última chupada, lo apago en la concha que utilizo de cenicero. Se niega a morir, es pura ceniza y sigue humeando.

Comparándolo con mi vida, avergonzada, comprendo que ese medio cigarro ha sido más valiente en la suya, tan corta, que yo en la mía, tan larga. Ha luchado por ella, mientras que yo tan sólo he respirado para seguir malviviendo. 

Eso sí, sin hacer ruido.