Me
quedé allí quieta, con los ojos llenos de lágrimas, apretando fuertemente los
puños y con toda la impotencia del mundo cayendo sobre mí. No fui capaz de
emitir sonido alguno. En silencio ví cómo te alejabas a paso lento, como si te
costará irte.
Supliqué
en silencio que no miraras hacia atrás, no sabía como reaccionaría si volvías a
mirarme a los ojos. Tu silueta desgarbada y delgada se iba alejando poco a
poco…
Haciendo
acopio de toda mi fuerza de voluntad, aparté mis llorosos ojos de ti, y me
volví con determinación dispuesta a irme en la dirección opuesta.
No
había dado más que cinco o seis pasos cuando sentí que me abrazaban por detrás
fuerte, tanto, que casi no podía respirar.
No me
defendí sabía de sobra quien era el que así me abrazaba. Lo que no pude evitar
es que mis silenciosas lágrimas se convirtieran en convulsos y ahogados
sollozos.
Me giré
entre tus brazos y hundí la cabeza en tu pecho, sin fuerzas para hablar, ni
para mirarte, sólo apreté mi cuerpo contra el tuyo y mis brazos se aferraron a
tu cuerpo hasta hacerme daño.
No sé
cuanto tiempo estuvimos así en silencio. Oía los latidos de tu corazón muy rápidos,
cada vez más y más fuertes, hasta que me di cuenta que los míos se habían
acompasado a los tuyos y por eso parecía que tuvieras tambores en el pecho.
Cuando
nos fue posible, nos separamos, y sin mirarnos, cogiste mis manos y las besaste.
Creí morir en ese instante. Era imposible no podía, no quería separarme de ti.
Volví a cerrar los ojos y sentí correr las lágrimas por mis mejillas. Era
insoportable tanto dolor. Pensé que no lo aguantaría que moriría allí en aquel
instante.
Pero en
contra de lo que pensaba fui yo la primera que retiró las manos de tus labios,
de un tirón, rápido y fuerte.
No
tenía sentido alargar aquella agonía, Ya todo lo habíamos hablado, todo estaba
dicho, todo sabido, tenía que ser así, no había otro modo.
Incapaz
de enfrentar tu mirada pero con determinación giré en silencio pero con
violencia y sin decir nada empecé a
alejarme de ti, poco a poco al principio, casi corriendo después.
Nunca
he vuelto a sentir tanto dolor como en aquellos momentos. Pero lo hice, pese a
saber que jamás volvería a amar a nadie como a ti te había amado, consciente de
que no volvería a vivir nada tan hermoso como lo que juntos vivimos.
Me fui
perdiendo en la oscuridad de la noche, que, generosa, me acogía en sus brazos,
ocultándome de tu visión.
Supe
después, por lo que me dijeron, que desde aquel momento piensas que soy
despiadada. Que tengo el corazón duro como una roca.
Lo que
nunca nadie te dijo es que desde aquel día mi corazón es de cristal cuarteado
en mil pedacitos, y, cada uno de ellos te sigue amando con la misma intensidad
de aquel día.
Nadie
pudo decírtelo nunca, porque tan sólo lo sé yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario