Siempre
han convivido en mí, en paz y armonía los recuerdos del pasado con las
vivencias del presente. Pero, de vez en cuando, sin saber por qué, aquéllos se
remueven y alteran mi día a día.
Me doy
cuenta de que va a suceder, cuando siento mariposas en el estómago y un extraño
calor en el corazón. Cuando ocurre, suelo quedarme muy quieta y en silencio,
esperando.
Suele
suceder de golpe, sin llamarlos, simplemente llegan pisando fuerte, entran sin
llamar a la puerta y vuelven a repoblar todos los rincones de mi memoria.
También
es cierto que, afortunadamente, no suele ocurrir a menudo, lo que hace que sean
momentos muy especiales, importantes y hermosos.
Puede
ser un olor, una canción, un rostro, una frase o tan sólo el susurro del viento
que trae nombres, personas, afectos de otros tiempos. Cuando sucede mi primera
reacción siempre es de asombro, casi diría, que vuelvo a ser la ingenua niña de
antaño, aquélla que esperaba que cada nuevo día fuera mágico, que me sorprendería a cada instante
Nunca
he llegado a acostumbrarme del todo a estas inesperadas visitas del pasado, lo
que las hace infinitamente más valiosas, porque vuelven a traerme sensaciones
de sentimientos encontrados , de amistades que daba por perdidas, de afectos
renovados.
Es tan
grande su poder que consiguen mezclar presente y pasado, cruzando amistades
nuevas con otras que casi había olvidado, dando mucho más valor a lo recién
llegado y renovando los lazos aparentemente olvidados.
Les
llamo “regalos de la vida” y cuando llegan me alegran tanto, que debo
escribirlas para intentar que no se vuelvan a diluir entre los recuerdos de lo
ya pasado.
Otra
vez ha sucedido, de nuevo se han mezclado pasado y presente, trayendo esta vez
novedades a mi vida, que, no sé cómo explicarlo, estoy segura ya tuvieron su
lugar en mi pasado.
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