Hay
días muy extraños, en los que parece que una aspiradora de sentimientos haya
poseído tu cuerpo por dentro durante la noche, dejándolo completamente vacío,
estéril, sin vida…
No
suele suceder a menudo, afortunadamente. Pero cuando sucede es terrible.
Todo el
peso de los años pasados, de los amores perdidos, amores ignorados,
olvidados, todo lo vivido, cae de nuevo
sobre nuestro corazón ahogándolo como si
una furiosa y embravecida mar lo arrasara todo, sin salvamento posible.
Cuando
ese sentimiento domina mi alma, me posee entera, sin medida, no me deja ni un
pequeño resquicio al que aferrarme para intentar escapar.
Una
tristeza infinita me embarga. Pierdo el control de mis emociones, y sólo una
palabra acude en mi ayuda para definir lo que siento; “saudade”. Es una de las
más bellas palabras que conozco, la amo tanto, sólo pensar en ella ya me
conforta.
Su
significado es complejo, es de aquéllas palabras, que para cada persona
significa algo diferente. Su traducción literal es algo así como: pesar,
nostalgia, refleja un sentimiento solitario.
Quizá
sí, no lo sé, sólo atiendo a la razón de que el refugiarme en ella me consuela.
No entiendo a la gente que no puede hallar su lugar entre las palabras, será
por lo mucho que las amo, son mi más fiel compañía, jamás me fallan, siempre
están ahí, humildes, calladas, esperando que acuda a ellas para socorrerme.
Gracias
a ellas, puedo dar salida a tan hondo pesar y son ellas las que me arrancan las
salvadoras lágrimas de alivio, tan necesarias para mí.
Parece
que mire hacia donde mire, no soy capaz de ver a nadie que me abra sus brazos
para buscar entre ellos mi refugio.
No es
que necesite mucho, me bastaría sólo con tener un hombro en el que apoyar mi
cansada mente, una sonrisa que me invitara a sonreír, una mirada en la que
poder hundir la mía hasta el final, sin fondo., que tomara mi mano y que me
guiara poco a poco hacia el único lugar del mundo en que reencuentro la paz, un
lugar cercano a la mar.
Sé que
estoy rodeada de personas dispuestas a prestarse para que mi dolor se calme,
pero me es imposible acudir a ellas. Me ahogo en mi soledad, me dejo poseer por
ella, hundiéndome poquito a poco, minuto a minuto, cada vez más.
Sé que
en un día así, lo que debo hacer es cerrar los ojos y dejarme guiar hacia donde
el corazón me lleve. Ignoro hacia dónde será, y confiar en que, cuando al fin a
buen puerto llegue, esté allí quien me quiera, pueda o atine a consolar.
De no
ser así, sólo me queda esperar al final del día y hablarle a la luna,
pidiéndole que con ella se lleve, al amanecer,
todas las soledades que tanto me entristecen, que me ayude a llorar y
que me de fuerza para, mañana, continuar.
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