Fue
todo tan rápido, tan insospechado, tan contradictorio, sutil incluso, ocurrió
lentamente, sin tiempo posible para reaccionar.
Nuestra
historia era como una montaña rusa gigantesca, con grandes altos y bajos, llena
de encuentros y desencuentros, de ilusión y tristeza, de intensidad sublime y
vacíos insalvables, pero nunca, ni tú ni yo, imaginamos que pudiera acabar así.
Un día,
no sé cuando, al volver a casa no
estabas allí. Pensé que era otra de tus ausencias. Era algo tan habitual, tan
inherente a tu forma de ser, que ni importancia le daba.
Tardé cierto tiempo en darme cuenta de que esta vez tu
ausencia era diferente, porque contrariamente a las otras veces, ésta no te
encontraba escondido entre mis pensamientos.
No,
esta vez habías desaparecido del todo, en silencio, sin decir nada, con el
sigilo suficiente como para que no pudiera darme cuenta.
Siempre
notaba cuando deseabas partir y jamás se me ocurrió impedírtelo, pero siempre
me pedías, para llevar junto a ti, algo que te hiciera recordarme.
La
única vez que no estuve atenta, cual chiquillo enfadado, te fuiste
sin
llevar nada que de nuevo te condujera a mí.
Quizá
tu desconcierto fue tan grande como el mío. Estábamos acostumbrados a mantener
esa extraña conexión que siempre nos mantenía unidos, cerca el uno del otro,
por más lejos que la distancia en la vida nos pusiera, pero al romper ese
vínculo ni tú ni yo sabíamos como ni
donde volver a encontrarnos.
No voy
a mentirte, lloré tu ausencia, mi dolor era fuerte profundo, se clavaba
intensamente en lo más profundo de mí.
El
tiempo pasaba y sin darme cuenta, un día descubrí que ya no te extrañaba, pese
a que aún te amaba.
Mi vida
se había ido deslizando hacia una plácida pradera, sin montañas rusas en la que tú ya para nada encajabas.
Durante
un tiempo me esforcé para entender cómo podía amarte si ya no te añoraba.
Finalmente
lo dejé, comprendí que nada tenía que ver con mi voluntad o la tuya, que era
algo que escapaba a nuestra comprensión, que ahí quedaría para siempre ese amor,
incompleto inacabado, porque nunca ninguno de los dos quisimos o supimos decirle adios.
3 comentarios:
Tramposos finales, que nunca lo son. De ningún modo.
Para alguna de las partes nunca es final. Siempre hay una coma o unos puntos supensivos. Siempre hay un espacio. Los finales no existen, ni siquiera los que son arrancados por la muerte.
Me ha encantado, como siempre. Fiel a cada letra que pulsan tus dedos.
Tan generosa como siempre. Gracias princesita de color rosa
Tan generosa como siempre. Gracias princesita de color rosa
Publicar un comentario