A
veces, cuando recuerdo aquella tarde, todavía siento agarrotado en mi garganta
el grito que no dejé salir.
Recuerdo
perfectamente el momento, el instante en que tus ojos se convirtieron en una
niebla gris y espesa, a través de la cual no podía penetrar. Todo tu cuerpo
pareció endurecerse, fue como si tus músculos se contrajeran por el esfuerzo
que te costaba callar lo que en realidad querías gritar.
En
silencio acariciste mi mejilla con la mano, y dando la vuelta te diluiste entre
el gentío mucho más rápido de lo que yo esperaba.
Me
quedé allí, quieta, mirando tu ausencia,
pero sintiendo el fuerte peso de tu presencia.
Hasta
que el frío no me obligó a reaccionar permanecí allí, esperando, no sabía muy
bien el qué, sólo esperaba… Quizá que volvieras a decirme que lo entendías, que
no era tan rara, que, aunque te costara, intentarías aprender a comprender esa
parte de mí que ante ti descubría. Pero no fue así. Te marchaste y hasta ayer
no te volví a ver.
Sí,
ayer te vi. Pasaste a mi lado, casi
rozándome, sin reparar en nada, ni siquiera te diste cuenta de que había
alguien allí.
Ibas
bien acompañado, sonriente y feliz, con una hermosa mujer colgada de tu brazo,
que te miraba con esa mirada que sólo el amor pone en los ojos. Arrobada,
entregada, pendiente de ti.
El
paseo estaba casi vacío, así que aproveché y sentándome os seguí con la mirada
hasta donde alcancé.
Me
quedé allí sentada, pensando en la mentira y la verdad de amar. Tú que me
decías que era imposible volver a sentir algo por nadie que no fuera yo, habías
encontrado ya, lo que por mi sinceridad, había perdido poco tiempo atrás.
Sonreí
en silencio. La vida a veces tiene una manera muy especial de encargarse de que
comprendamos que todo es demasiado fugaz.
Toda la
amargura de tus ojos de aquel lejano día se había ido ya. Otra vez volvías a
amar, y, tengo la seguridad de que si ahora te lo preguntara, tu asombro no te
dejaría decir la verdad.
Sí te
perdí, y por propia voluntad. Lo jugué todo a una carta y creo que me olvidé
antes de barajar, pensando que me iba a salir la más alta, porque creía que tú
eras especial.
Sólo
fue una suposición la que te llevó a dejarme. Una pregunta de algo que quizá no
sucedería jamás, pero que sí sucedía, por mi parte, estaba dispuesta a aceptar.
Es
terrible lo que nos obliga a hacer el orgullo, somos tan incapaces de aceptar
que no somos únicos, que la mera posibilidad de que algun día, quizá, pudiera
compartir mi amor con alguien más, te alejó para siempre de mí.
Sé que
muchos piensan como tú, lo que ignoro, es si realmente es por convicción o por
miedo al que dirán.
Aquel
día lo único que yo quería saber era si, al igual que yo, pensabas que se
podían amar a diferentes personas, a la vez y con igual intensidad. Tu
respuesta fue clara, no.
Sigo
sola mi camino, porque la pregunta siempre sale de mis labios, cosa que yo no
deseo evitar, al contrario, cada vez la pregunto antes y más.
Confío
en que el día llegará en que alguien contestará a mi pregunta con un rotundo
sí, y añadirá, que no cree que sea
la
locura la que me lleva a semejante cosa preguntar, sino mi
más genuina,
pura y sencilla verdad.
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