lunes, 27 de febrero de 2012

EL CREPUSCULO

Ese fugaz y pequeño instante en que ya no es de día, pero tampoco es de noche, me hace sentir perdida, como si en él se condensaran todas las pérdidas que mi alma acumula.
Siento la tristeza de la pérdida del día, y no sé cómo anticipar mi ánimo a la suave cobertura de la noche.
Suerte que es sólo un instante...
Después cuando ya sólo alumbran la luna y las estrellas, me entrego a la noche gozosa, sabiendo que su oscuridad me ampara y que no tengo por qué sentirme sola.
Pero cuando abro la puerta de mi casa, sin ruidos, vacía, sin nadie que me reciba, porque nadie hay que me espere, el peso de la larga noche que se avecina, vuelve a caer sobre mí.
Entonces sólo me queda un consuelo. Acudir al balcón, por suerte da a la plaza, y desde el mío observo los de los vecinos, con las luces encendidas y las sombras de los que habitan las casas moviéndose como fantasmagóricos muñecos de "guiñol".
Eso es lo que intento creer, que son sólo sombras, inconexas entre sí.  Como si no tuvieran ningún tipo de relación como si, al igual que yo,  también fueran almas solas. 
Al principio todo parece funcionar.Pero siempre hay alguna que otra cosa, sencilla, rutinaria, que me devuelve a la realidad. 
Puede ser  el beso de buenas noches de un niño a su madre, el gesto amable del abuelo acariciando la mano anciana de su compañera de vida, el acercamiento cómplice de dos amantes que se aproximan y, que sin necesidad de verles la cara, sus movimientos demuestran el deseo que comparten, y es entonces cuando  mi soledad, de tantos años acumulada, se desborda, consumiéndome cada noche un poco más, sin compasión, cebándose en mi flaqueza y llamando a gritos a mis lágrimas, que al fin, libres del yugo que les he impuesto, corren solas por mi rostro,  tan solas como mi alma y tan solas como yo estoy.

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