lunes, 16 de julio de 2012

EL AMOR DE LA PALABRA ESCRITA



Desde muy pequeña me fascinaron unos dibujitos minúsculos que aparecían en unas hojas de papel que, por aquel entonces, me parecían enormes, y que mi abuelo con suma paciencia me enseñaba día a día.
Uno de ellos, no recuerdo cuál, hablando en el tiempo, me enseñó
que aquellos dibujos eran letras, y que con las letras se formaban palabras, que se podían leer y que eran igual que las habladas, o sea que también ellas explicaban y decían cosas que yo podía entender. Que las hojas grandes eran “diarios”
Inmediatamente solicité aprender a dibujarlas y a unirlas para saber leer y poderme explicar, cuando no me permitían hablar.
Mi asombro no tenía techo. Desde ese momento me enamoré de las palabras. Me emborraché de ellas, no quería dejar de leerlas, de aprender lo que me explicaban. De escribirlas, de adornarlas, de
amarlas, cada día un poco más.
Recuerdo que hasta castigos escolares me comportó ese amor. Mis compañeros no sabían lo que decían los libros. yo sí. Quizá por ello aprendí muy pronto la grandeza y el peligro de las palabras.
No quiero hoy hablar de los peligros, prefiero hacerlo sólo sobre las incontables bondades, sobre todo, de las de las palabras escritas.
Las palabras escritas, las que intercambiamos con otros amantes de ellas, permiten que conozcamos gente que de otro modo jamás entraría en nuestras vidas.
La palabra escrita es muy ingenua. Cuando la plasmamos en el papel, sin darnos cuenta, descubrimos totalmente nuestra alma, sin
absurdas pretensiones  ni mentiras engañosas. Nos mostramos a   través de ella sin darnos cuenta. Ahí reside su grandeza y su mortal peligro, porque es a través de ella como dejamos al descubierto nuestra verdad.
La palabra escrita puede enamorar y nos enseña  también a amar
La palabra escrita, ama a los amantes,  los ayudan a expresar sentimientos, que, a veces, por timidez, de viva voz, no podrían ni tendrían valor de pronunciar.
Une corazones al azar. Personas que nunca llegaron a pensar que tenían  necesidad de encontrar a alguien en quien tanto amor y confianza depositar hasta que ella, decidió por su cuenta, entrecruzar sus palabras y poniéndolos frente a frente, los obligó a mirarse, conocerse y reaccionar.
Un día, en un instante, en un momento cualquiera, nuestros ojos leen una palabra que nos toca el alma, a la que no podemos, aunque queramos, resistirnos.
El momento, ese instante en sí, es rápido y muy corto, pero mucho más poderoso que nuestra voluntad.
Caemos rendidos ante la fuerza  con que tras la palabra escrita, se nos muestra una persona, desconocida, fuerte, grande, inmensa en su totalidad y que ha llegado allí, en nuestro interior, donde nadie
había estado jamás. Tan sólo a través de una palabra, quien sabe, quizá, hasta escrita al azar.
Afortunados y pobres de nosotros, si esto nos ocurre. La impronta de quien allí ha dejado la palabra escrita nos posee rápido y con gran facilidad.
Poco a poco descubrimos asombrados, atónitos e impotentes,  como la palabra escrita nos ha unido a alguien a quien entendemos, a quien sentimos, de quien sabemos en todo momento como y en qué estado está, alguien de quien, aunque queramos, ya no nos podemos separar y mucho menos olvidar.
Así de inmensa es la fuerza de la palabra escrita con sinceridad. Capaz de dejar al descubierto lo más recóndito de nuestra intimidad. Nuestros más bellos y mejores sentimientos, amor, generosidad, amistad… nos sentimos como poseídos por un inexplicable deseo que nos impulsa a dar y a nada esperar. Sólo, si como deseo llamarse puede, nos crea la necesidad de compartir, eso y nada más. Eso sí, sólo con la persona que ella nos ha puesto al pasar.
Asistimos cual espectadores ajenos, a la increíble facilidad con que somos capaces de exponer, sólo a “esa persona especial”, lo que
bajo candado y doble llave, llevamos encerrado en nuestra alma desde vete a saber cuanto tiempo atrás. Hasta el punto de que, a veces, son cosas, historias que creíamos olvidadas ya.
La palabra escrita ata con lazos invisibles, por eso mismo, lo que ella une, es imposibles de separar.
A través de la palabra escrita podemos hallar un alma sincera a la que ni  creíamos  ni sabíamos que podíamos necesitar, alcanza a unir corazones totalmente ajenos a su voluntad, siendo luego muy difícil, por no decir imposible, volverlos a separar.
Tal es la fuerza de la palabra escrita, ante la que, por mi parte, me he rendido ya.



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